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En un libro todas y cada una de las partes son esenciales, sin importar si se encuentran al principio o al final. Precisamente por eso, no debemos perder de vista la necesidad de hacer un buen epílogo que deje al lector con buen sabor de boca una vez finalizada la lectura.

¿Qué es un epílogo?

Esta palabra deriva directamente del griego y etimológicamente hace referencia a lo que va después del discurso. Tratándose de un ensayo, el epílogo es la parte de la obra que recoge las conclusiones de todo lo expuesto.

En las obras de corte narrativo el epílogo puede ser la parte que hace referencia a los últimos acontecimientos de la historia contada, pero también puede tratarse de un espacio dedicado a notas adicionales que ayudan al entendimiento de la obra. De hecho, esto último suele ser lo más habitual.

 

Cómo hacer un buen epílogo

Con el epílogo vamos a cerrar nuestra creación, así que debemos esforzarnos tanto en él como lo hemos hecho en el resto del texto. Es más, muchas veces la sensación que le queda al lector es la que le ha transmitido esta última parte de la historia, así que hay que cuidar muy bien tanto su organización como su redacción.

Un epílogo no debe ser demasiado largo, ya que en este caso estaríamos realmente ante un capítulo final, y no es eso lo que buscamos. En función de la obra que hayamos escrito puede ir desde apenas unos párrafos a varias páginas, pero siempre sin excederse, buscando la proporcionalidad.

En el caso de una obra de ficción lo que hacemos con esta parte del libro es dejar la historia totalmente cerrada. Por tanto, si preferimos un final abierto y que sea el lector el que dé el final que él prefiera a los personajes, podemos prescindir de este epílogo o hacerlo muy breve. Dejando cabos sueltos conseguiremos hacer volar la imaginación del lector.

Para esta parte del texto usaremos el mismo tipo de lenguaje y lo narraremos en la misma persona usada para el libro, salvo que haya una razón que justifique el cambio de narrador, por ejemplo si situamos el epílogo 100 años después de la historia contada.

Debe haber siempre una sensación de continuidad, incluso aunque nuestro epílogo sitúe la acción años después del final de la historia que hemos contado. Así que mejor no incluir personajes nuevos ni añadir ningún giro inesperado que confunda al lector.

No debemos olvidar que estamos en la parte final del libro. Procuraremos no condensar demasiadas ideas y limitarnos a dar algunas pequeñas aclaraciones o hacer una síntesis, cerrando del todo nuestra historia.

Si después del epílogo queremos añadir algo más a título personal, podemos hacerlo en otro apartado, ya sea el de agradecimientos o notas del autor. En nuestro epílogo no vamos a poner nada que no tenga que ver con la historia.

Dedicar tiempo a redactar un buen epílogo consigue que la obra escrita quede perfectamente cerrada y la sensación del lector sea positiva. Por eso, hay que trabajarlo muy bien.

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